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Adriana, CES en Chipre

Me llamo Adriana y, hace más de un mes, me embarqué en mi primer proyecto ESC, más concretamente en Pedoulas, un pequeño pueblo de 100 habitantes en los montes Troodos en Chipre.

Por motivos de cambios de horario, llegué 2 días antes del comienzo del proyecto, por lo que los responsables de mi organización (Politistiko Ergastiri Ayion Omoloyiton) me alojaron en su sede en Nicosia, lo que me permitió conocer un poco la capital por mí misma antes de conocer a nadie.

Por pura coincidencia encontré por Instagram una oportunidad para irme a Chipre un mes y, sin pensarlo, la solicité. Nunca había estado allí y me era un país completamente desconocido, y la idea de poder descubrirlo me pudo. Solicité sin ningún tipo de esperanza en ser escogida e increíblemente fui seleccionada.

Nuestro trabajo consistía en ayudar a granjeros locales (como el de la foto, Antonio) con la recogida de cerezas y el cuidado de sus huertos y jardines. También participamos en algún que otro proyecto de permacultura y pudimos ayudar a los municipios locales con labores comunes (ej. limpiar calles del pueblo o incluso pintar una iglesia en el monte). Si bien a veces la organización y coordinación del proyecto brillaba por su ausencia (Chipre es un país donde todo va muuuuy lento y al último minuto, ‘siga siga’ como dirían allí), y a eso se le sumaba toda la situación del COVID, me lo pasé muy bien de todas maneras.Todas las semanas teníamos días libres que usábamos para poder conocer un poco más la isla: hicimos camping bajo las estrellas en una playa en Limassol, viajamos a la Blue Lagoon y a la salvaje península de Akamas y Pafos, cruzamos a la zona ocupada por el ejército turco, conocimos a decenas de voluntarios de todo Europa que también trabajaban en Chipre, conocimos las ciudades de Nicosia y Larnaca…

Lo que más me fascinó del proyecto fue la posibilidad de sumergirme en una cultura tan parecida y distinta a la española: conocer a los mayores de la zona, incluso aunque a veces no hablasen inglés (y por ello aprender un poquitín de griego), conocer las tradiciones de allí… y, sobre todo, la comida. Es imposible ir a Chipre y no volver con unos kilos de más, no solo porque está todo riquísimo, sino porque los chipriotas y turcos te ceban allí donde vayas ya sea con dulces y baklava, o con té y frutas.Las mayores competencias que he desarrollado son la capacidad de moverme en un ambiente desconocido y con gente con diversos trasfondos y mentalidades, y la habilidad de comunicarme y entender a gente tan distinta. Recomendaría una oportunidad así a todo el mundo, pues es una manera fascinante de conocer a otro país, personas y a ti mismo.

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